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El voluntariado de la UCR actúa con esperanza para cuidar la casa que compartimos: el planeta
01/12/2025 12:00

En la Isla San Lucas, donde tiempo atrás resonaba el eco del encierro, hoy se respira libertad. La vida florece entre murmullos de bosque y oleaje, y cada rincón parece susurrar historias que el viento se llevó y ahora regresan para ser escuchadas. Sus muros antiguos guardan memorias de dolor y resistencia; su fauna y sus aguas dan testimonio de un renacer que invita a contemplar, cuidar y agradecer. En este espacio donde la historia y la naturaleza conviven, cada gesto de protección adquiere un significado profundo.

Desde las primeras horas del día 28 de noviembre del presente año, un grupo de voluntariado de la Universidad de Costa Rica, junto a estudiantes internacionales y personal administrativo de la OAICE, llegó a la Isla San Lucas, ubicada en el Golfo de Nicoya, a 8 kilómetros de Puntarenas. Este Parque Nacional, que abarca 500 hectáreas terrestres y zonas marinas protegidas, fue un antiguo presidio entre 1873 y 1991. Hoy constituye un importante centro histórico y cultural, reconocido desde 2020 como el trigésimo parque nacional de Costa Rica.

Al recorrer la playa, el mar nos reveló una realidad dolorosa: toneladas de residuos depositados por las corrientes, provenientes de múltiples lugares y de innumerables manos. La escena resultó abrumadora. Entre los numerosos troncos arrastrados por la marea aparecían botellas de plástico y vidrio, envases de aceite, juguetes, balones de fútbol, encendedores, jeringas, zapatos, tapas, latas y objetos difíciles de imaginar en un entorno natural. Cada paso recordaba que el océano guarda las memorias de aquello que la humanidad desecha sin pensar. La magnitud del problema tocó el alma.

Sin embargo, también caminaba con nosotros la esperanza. Con bolsas en mano, el grupo recogió variedad de residuos, los clasificó, los pesó, los trasladó y los retiró de la playa. Cada pieza recolectada se convirtió en un acto de responsabilidad y amor por la vida. Ese día no solo limpiamos un espacio: honramos un ecosistema que nos sostiene y, silenciosamente, nos pide auxilio.

Mientras el sol avanzaba, los montículos de basura crecieron, pero también lo hacía la sensación de alivio al ver cómo el paisaje recuperaba un poco de su respiro natural. En conjunto logramos rescatar un pequeño fragmento de este tesoro del Golfo de Nicoya, conscientes de que la tarea es inmensa a escala global, pero seguros de que la indiferencia nunca será una opción.

Hoy, en la Isla San Lucas, el voluntariado de la UCR se transforma en un acto de conciencia. El mar nos habló, y respondimos con trabajo, compromiso y gratitud. Que esta experiencia toque las fibras más profundas de quienes la lean, que impulse a actuar, a reflexionar y a reconocer que el planeta no es un recurso inagotable, sino un hogar que exige cuidado.

Cuidar la naturaleza y sus recursos es un deber, pero, sobre todo, un acto de amor y un despertar de conciencia.

isla san luca

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